lunes, 7 de julio de 2008

Vestíbulo de una tarde de lluvia

por Yasmin Olid


La gente apresurada entra al vestíbulo, la película todavía no comenzó, pero la lluvia si. Es viernes por la tarde, ya casi de noche, y los paraguas negros y sobrios se chocan contra otros que destellan flores y colores. De a poco se van cerrando y las cabelleras húmedas comienzan a emerger. No llueve mucho, pero es la primera lluvia helada del otoño y molesta más de lo que debería.
El hall central del Abasto es un circo de gente, todo el mundo buscó unos minutos libres y los organizó todos juntos para poder ir a ver el film, corto o largo, documental o ficción, drama o comedia... que tanto anheló y que la cartelera comercial nunca proyectaría.
Son pocos los que esperan tranquilos. En la fila todos comentan la última película griega, alemana o pakistaní como si fuese hablada en castellano. Si, se sabe que los subtítulos existen, pero es muy difícil seguir la mini cartelera, muy parecida al infobus de los colectivos, donde se trata de traducir, a tiempo real y en un color rojo que cansa la vista, lo diálogos de las películas.
En un ambiente donde se codea la feria americana estilo vintage y los trajes de “señoras bien”, la ansiedad va creciendo y de a poco la cola se va extendiendo. Unos toman mate mientras que otros saborean con placer un bombom tofi o se toman un café en alguna de las confiterías tradicionales de la zona del Abasto. Los que acudieron solos escuchan música o terminan las últimas páginas de un libro, mientras se molestan por los grupos de jóvenes que ríen y conversan en voz alta. Es imposible no saber de que están hablando. Una boina a cuadrillé le comenta a otra: “se me fueron más de 100 mangos en entradas” y con voz tranquilizadora, su boina amiga le responde: “es una vez al año y éstas cosas no las volvés a ver”. Frenéticos un grupo con caras reconocibles de estudiantes de cine calculan con cuanto tiempo de anticipación tendrán que ir para conseguir entradas para las actividades especiales. Algunos hacen cola desde las ocho de la mañana, otros amanecen antes que el boletero y se plantan con cara de sueño y ojos irritados por tanta pantalla.
A la hora de estereotipar, el personaje clásico se subdivide entre varios, aunque como dice el periodista Marcelo Pisarro: "quienes se burlan conocen las reglas, valores, experiencias y rituales que consolidan el sentido de pertenencia a ese grupo". Futuros directores de cine, dramáticos (perdón, estudiantes del arte del drama, es decir, estudiantes de teatro), grandes estrellas de las tablas porteñas, futuras grandes estrellas de las tablas porteñas, meros curiosos que decidieron gastar unos pesos en cultura... no hay canon en el cual apoyarse y es tal vez lo que más enriquece a este vestíbulo atiborrado de gente. Lo que es seguro es que toda esa gente ha comprado la entrada con por lo menos una hora de anticipación y si así es... el interés no falta.
Es hora y la cola empieza a avanzar. Felices, los rostros comienzan a moverse aunque algunos ni siquiera saben lo que van a ver: “no se me la sacó un amigo, pero me dijo que leyó la sinapsis y está bárbara”.
con la grilla de programación en una mano y resaltador en otra, los que no llegaron a comprar entrada tachan lo que no pudieron ver y resaltan lo que vendrá.
Algunas chicas con cara de secundario y primera vez en el mundo del BAFICI se sobreexcitan al no entender y considerar exótico este nuevo mundo en el que se mueven. Intentan parecer naturales para no ser sapo de otro poso y ven con admiración a los estudiantes de cine que al pasar les guiñan un ojo.
El BAFICI ya es un ritual que cada vez tiene más adeptos, pero que pierde a tantos otros que no lograron engancharse o hacerse su tiempo para poder ir.
El vestíbulo comienza a vaciarse por completo. Ya todos los films han empezado y solo quedan algunos retrazados corriendo para no perderse el comienzo. Es viernes ya de noche y mientras la lluvia cesa, los “baficiences” ya están cómodamente sentados en sus butacas. Es la hora de la función.