sábado, 29 de noviembre de 2008

El viaje. Escape, búsqueda y disfraz

Alumna: Yasmin Aymara Olid Fernández
CATEGORIA: ENSAYO
Concurso: Cross de Mandibula

El viaje
Escape, búsqueda y disfraz


“El viaje es transferencia:
el cuerpo deviene en algo que era o que ya no es
por un lado nos guía de regreso a nosotros mismos,
por otro nos ayuda a surgir hacia afuera.
Charles Grivelg

Escapar de lo cotidiano, de la rutina monopolizante. Buscar lo perdido, lo nunca ganado, aquello que alguna vez se presentó como ajeno. Disfrazarse, como cuando en una niñez temprana los zapatos de mamá o el traje de papá servían para escapar hacia un mundo imaginario. Eso es el viaje, la manzana de Eva, la sed de metamorfosis y el inicio de una transformación.
El viaje puede ser físico o mental. Sin importar su forma, son tres sus elementos claves. A veces todos están presentes, otras solo alguno de ellos es el protagonista. Todo depende del momento que el viajero esté transitando. Algunos pueden querer escapar y disfrazarse para luego emprender la búsqueda. Otros, se disfrazan para poder huir. No importa su orden mientras haya de por medio una transformación. El viaje es una herramienta de vida, y por lo tanto, es imposible generalizar. Sin embargo, en este ensayo se hará lo posible para explicar, pero sobre todo transmitir, esas tres etapas que conforman la búsqueda de la razón (o de la locura).

Escapar

El viaje es un movimiento, conciente o no, provocado por la insatisfacción del presente. Es una metáfora viva del deseo que, según Sergio González Rodríguez (antropólogo y psicólogo social de la Universidad de Chile) tiene como desencadenante a la carencia. Viaje físico, mental o a través de la literatura. No importa cual sea su forma mientras signifique tomar distancia de lo cotidiano. “Permitir que la insatisfacción con lo dado, lo sabido, lo naturalizado nos ponga en movimiento, en búsqueda de otra cosa, volver a mirar, volver a escuchar, tomar distancia”[1].
Es usual que el viajero desconozca sus propias huellas en el camino. Son muchas las veces que el espejo rebota una imagen diferente a la que se espera. Es que el proceso de transformación va de la mano de la angustia, la nostalgia y el duelo. Dejar atrás una parte de nuestras vidas es, de alguna forma, renacer. Y para conocer a ese nuevo individuo hace falta saber que dejamos de ser el anterior. Jack Kerouac, en “El camino”, enfrentó a su personaje con ese momento: “... y aquél fue un momento inequívoco de mi vida, el más extraño momento de todos, en el que no sabía quien era yo mismo: estaba lejos de casa, obsesionado, cansado por el viaje, en la habitación de un hotel barato, (...) y auténticamente no supe quién era yo durante quince extraños segundos. No estaba asustado; simplemente era otra persona, un extraño, y mi vida entera era una vida fantasmal. La vida de un fantasma”.
El viaje es, al fin y al cabo, una fuga hacia la libertad.

El disfraz

Ahora que hemos establecido que los viajes son como escapes de la realidad, no queda más que pensar que intentamos ser en ellos. Cada viaje es un paréntesis dentro de la vida misma. La pérdida de la rutina y la búsqueda del azar suelen ser los motores principales a la hora de encararlo. Pero sin importar el destino, el viaje es siempre una búsqueda permanente de lo que queremos ser, escapando de lo que hemos dejado ya de sentir. A través de una metamorfosis física y espiritual, probamos todos los disfraces hasta encontrar la máscara que se pegue a nuestra piel y se vuelva propia. Ya lo dijo alguna vez Martín Caparrós: “El viaje provee la tranquilidad de actuar en un teatro ajeno, donde uno juega con el placer infinito de suponerse otro, de descansar de sí mismo por un tiempo previsto”.
El viaje nos ayuda a renovarnos, a dejar de lado las impurezas, cambiando la piel interna y externa. El reencuentro con lo que no conocemos de nosotros mismos (y reencuentro por que al estar en nosotros inconscientemente si conocemos) nos lleva a extremar las medidas, a escondernos bajo sombreros de playa o buzos de montaña, pensando que así, sintiéndonos natales de esos lugares que recorremos, encontraremos lo perdido o lo buscado.
Un viaje a la alteridad, a la otredad, a ese “diferente” que muchas veces somos nosotros mismos. Trascender la apariencia, ocultar ese miedo al futuro y vivir en un libre albedrío, disfrazado de viaje. En él todo es posible, se eterniza lo vivido, transformando las hazañas místicas que todos habremos de contar en futuras anécdotas.
El viaje es inventarse a uno mismo. Es aprendizaje, descubrimiento y sobre todo entendimiento personal. Pero también puede enfrentarnos con lo que no queremos, con aquello que nos avergüenza. Es ahí cuando el disfraz se vuelve una solución a corto pero no a largo plazo.
Hay un punto en el cual eso que llamamos alma y que rellena nuestro cuerpo quiere escapar. Se aburre de su disfraz de ser humano y busca, a través del viaje, acercarse a nuevos horizontes. Es por eso que jugar, aunque sea por un rato, a no ser nosotros mismos, nos ayuda a transformarnos.
La búsqueda
No puede faltar en los viajes ese silencio pensante, ese momento en el que uno se da cuenta que la búsqueda se está llevando a cabo, y la cabeza da vueltas y las piernas se aflojan como con el primer cigarrillo frente a una mañana de ayunas. Es ese el momento donde lo extraño pasa a ser esa vida que dejamos atrás. El viaje se naturaliza como la nueva cotidianeidad y el porqué, o por lo menos parte de él, se revela. El resto vendrá con el tiempo, cuando la naturalización se vuelva rutina y se pueda mantener esa transformación tan anhelada. Así, es la vida la que se torna excéntrica y nuestra existencia invierte su papel dejando que el viaje se convierte en nuestra nueva identidad.
Pero el mundo del viaje se ha frivolizado entre tantas guías de turismo con fotos que decepcionan al tornarse en realidad. Ya quedan pocos viajeros del alma, nómades en búsqueda de la felicidad. La adrenalina de un dedo apuntando a la ruta o un viaje en la caja semi desvalijada de una camioneta, han perdido protagonismo y se encuentran ya casi ocultos tras el lujo de hoteles cinco estrellas y paseos en barco con salvavidas puesto. ¿Cómo se hará para encontrar la identidad perdida mientras una industria intenta hacerte sentir “como en tu casa”? Es esencial que vuelva el gusto por el viaje místico, el viaje sin rutinas y con el azar como guía. Viajes donde la subjetividad individual se vea comprometida y que el cambio se da a través de la confusión para luego encontrar su camino.
No siempre el cambio es necesario (vale la pena repetir que generalizar tanto en el viaje, como en la vida, no siempre es adecuada). Porque el viaje es también una reafirmación del yo. De lo que nos enorgullece y forma parte de nuestras raíces. Mantener la identidad es también parte del viaje. Nadie, o casi nadie, deja de ser quien es, sino que depura su alma. Cómo explica Sergio González Rodríguez: “el viaje es la metáfora del que se aleja de sus territorios, de sus certezas, de sus pertenencias – simbólicas o materiales- para remontarse, para dejarse llevar, buscando asimilar lo que se quiere traducir y, aproximar de este modo, lo que aún permanece en las lejanías – cognitivas o físicas- para develarlo, finalmente. Sin traspaso de los propios territorios todo esto no es posible. Sin lejanías no se construyen proximidades”.

Desde el principio de la humanidad el hombre ha viajado. Los nómadas se trasladaban de una tierra a otra, en búsqueda de alimentos y escapando de las condiciones naturales extremas. A pesar de la aparición del sedentarismo y las nuevas técnicas de cultivo, el hombre no dejó de lado esa experiencia. De una herramienta de supervivencia, el viaje se transformó en un instrumento espiritual. Pasó a ser la búsqueda de un caos para poder encontrar un nuevo ordenamiento. En el viaje, “todo lo sólido se desvanece”[2]. Como el barco en el río, el viaje deja una estela en la vida. Pero a diferencia del agua esta marca no se borra, se vuelve cicatriz. Descartes vio en el viaje la experiencia de la duda. Este ensayo intenta explicar que el viaje es un proceso de transformación donde sí, se está permitido dudar pero, sobre todo, buscar la identidad perdida.
[1] Cecilia Güchal, Una metáfora viva. Apuntes de viaje, Cátedra Reale.
[2] Karl Marx